En esta nueva entrega de la serie dedicada a los árboles
devoradores de hombres, continuamos hablando del misterioso umdhlebe. La
primera referencia conocida a este temible árbol la encontramos en The Religious System of the Amazulu, obra escrita por el misionero
inglés Henry Callaway en 1870. La pista nos la ha proporcionado el compañero
Alberto Fh, al que agradecemos desde aquí su interés y la decisiva aportación
que nos ha facilitado.
Callaway narra varias anécdotas sucedidas entre los zulúes y
que tienen al extraño árbol como protagonista. Así, en una conversación con
varios indígenas, éstos le contaron que “en la
colonia donde vivía nuestra tribu, en la Montaña de la Mesa, hay dos médicos
que discutieron entre sí acerca de su habilidad”, retándose a tocar a
umdhlebe.
Los hombres, llamados Usopetu y Upeteni fueron juntos a un
lugar llamado Umlazi, cerca del mar, donde se encontraba un ejemplar del
extraño árbol bajo el que había muchos huesos de animales que allí habían
muerto. Cuentan que incluso los pájaros perecen si se posan en él.
Upeteni fue el primero en enfrentarse al mortífero árbol.
Desató sus medicinas, seleccionó lo que creyó apropiado, lo masticó, se llenó
de ello y se dirigió a umdhlebe con ánimo de arrancarle una parte. Lo apuñaló,
pero el árbol se movió violentamente y no permitió que se volviera a acercar.
Tomó otras medicinas y volvió a apuñalarlo, provocando un gran ruido en la
criatura que –por todos los medios- le impedía acercarse más.
Lo intentó de nuevo, pero el rostro del médico comenzó a llenarse
de sudor y el frío se adueñó de él, no pudiendo alejarse de umdhlebe,
encontrándose cada vez más enfermo. Entonces, Usopetu masticó sus medicinas, las inhaló a
Upeteni y le curó. Se volvió contra el árbol y consiguió arrancarle varias
ramas, logrando ser reconocido como un gran médico.
Henry Calloway |
Callaway recoge en su obra que existen varias clases de
umdhlebe. Algunos son pequeños, otros grandes, siendo el mayor el que crece
entre los Amanthlwenga. En la tradición de este pueblo, se dice que este árbol mata
a la gente. Si es plantado en medio de una aldea, ese pueblo perece. Surge una
gran fiebre y los hombres se agitan con grandes convulsiones, padeciendo un gran dolor de huesos. El tratamiento del médico consiste en
hacer que el enfermo se abstenga de beber agua y de comer amasi, una leche
fermentada muy popular en Sudáfrica.
Uno de estos indígenas cuenta una historia de primera mano: “Vi con mis propios ojos a aquellos hombres
que fueron asesinados por umdhlebe entre los Amanthlwenga, que habían ido a
cazar elefantes. Uno de ellos era mi hermano, Umdava. Vino hasta aquí
conduciendo su carro durante un mes. Era alto, de piel muy negra y larga barba.
Venían con un holandés de nombre Umkosi.
Los cazadores salieron y se encontraron con una manada de
elefantes, matando a muchos de ellos. Al fin, llegaron a un lugar donde crece
el umdhlebe, un lugar donde la gente no puede tener ganado, sólo cabras. Una
tarde, hambrientos, mataron un búfalo, lo desollaron y lo asaron, usando ramas
de umdhlebe para ello. Al poco de empezar a comer, Umdava y otros más empezaron
a quejarse de un gran dolor de huesos y
de terribles dolores de cabeza.
Los enfermos comenzaron a hincharse y a tener el abdomen muy
caliente. A continuación, llegaron las diarreas. El holandés avisó a los
doctores del pueblo. Cuando llegaron, algunos ya habían muerto. Para los demás,
el tratamiento fue el habitual: no beber agua ni comer amasi.
Emprendieron el viaje de regreso a casa. Por el camino,
pasaron por varias aldeas y algunos comieron amasi, muriendo poco después. Los
que llegaron a su aldea lo hicieron en muy mal estado, con el abdomen hinchado,
pero -gracias a la acción de Umjiya, el médico local- en pocos días fueron
sanados.
Hasta aquí las historias relacionadas con umdhlebe recogidas
en la obra de Callaway. A pesar de los datos recogidos en este y otros
documentos, los investigadores no han logrado identificar al árbol. Algunos
creen que podría tratarse de un tipo de álamo desconocido en esa parte de
África con la especial de característica de su alta toxicidad.
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